Riscos inventados

Los Riscos, tan conocidos por fuera, nadie los recorre por dentro; entre sus estrechos pasillos y callejones solitarios la vida sigue a ritmo de los pausados  escalones que rodean la Atalaya, puertas que se abren y se cierran con curiosidad y misterio hilvanado con la huella de mis pasos, la luz dobla las esquinas formando sombras alargadas en el punto álgido del claroscuro, los colores en su anarquía cromática te acompañan en la tarde soleada, más allá, hileras de muros fronterizos, cortina entre lo real y lo imaginado de un mundo propio, donde las verjas acotan el terreno sin principio ni fin.

El agua baja por el callejón formando tímidos ríos arteriales, buscando su destino después de refrescar los portales. Infinitos cambios dentro del laberinto te conducen al lugar de partida; paredes, ventanas, escaleras, vida y silencio en la colina atlántica. El brillo de los cristales, en triángulos defensivos, acota los muros en su parte alta, los cables tejen de pared a pared su compromiso atávico en el espacio compartido; lianas de color negro, que cruzan la selva de cemento, magnifican el caos, su desorden aparentemente intencionado realza la claridad luminosa de los colores primarios, rojo, amarillo, azul, policromías intensas en la isla colgante donde la vida sube y baja por la colina laberíntica.

Riscos de aire y luz rodeados de un mar ciclónico, cimas capitalinas, que contemplan desde alto a la ciudad aletargada en su horizontalidad; fuente de inspiración para poetas, pintores y artistas. Son los Riscos, necesitados de mirar hacia su pasado y redescubrir en el presente los signos de su hondo ser histórico.

Ángel L. Aldai

Riscos revisitados

Aldai en el laberinto

Las fotografías de “Risco Inventado” título de la última individual abren un nuevo capítulo en la larga trayectoria de este artista nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1949.

Levanta Aldai en estas obras una meditada secuencia de referencias. Las primeras, quizás las más obvias, refieren a una economía del color, reducido a los tres primarios rojo, azul y amarillo y a dos de los complementarios, verdes y naranjas junto a unos breves apuntes en blanco y negro. Una austeridad que convierte a alguno de estos muros de los riscos en una suerte de bodegones. A ello contribuyen sin duda las composiciones y el uso que el artista hace de la luz. De aquella da fe una reflexión sobre el papel que triángulos y rectángulos juegan en las imágenes con cierta memoria de Pablo Uccello y de Cézanne.

De muros que revelan la huella del impacto del expresionismo abstracto en la pintura isleña. De aquella belleza moderna sobre la que construyó la Transición. Un cactus, la única presencia de vida en la muestra, surge de una esquina en tonos ocres y tierra, devolviéndonos la memoria de Franz Roh y del “Perro semihundido” de Goya, Tras el Aloe, que parece reposar sobre un alféizar, cierto aroma a Sánchez Cotán.El tratamiento de la luz requieren ladillo propio.

Regresa Aldai y regresa con la última luz de la tarde. Con aquella luz gastada de recorrer los muros de la ciudad. Atrás quedan las primeras luces de la mañana, reservada en otros tiempos para los dioses y héroes atlánticos. Para aquellos tiempos de Néstor y de mayorías absolutas.
Una reflexión sobre el tránsito, sobre el breve tiempo que tarda la figura en reintegrarse en el fondo.
Atrás queda la luz del mediodía. La luz de Oramas, y aquellos malvas de sus sombras, y aquellos colores recién salidos del tubo de pintura.

Quedan, eso sí, los silencios que Oramas reflejara desde las habitaciones del Hospital de San Martín y que Aldai enfoca desde dentro del laberinto. Desde dentro de esa medina norteafricana. De esa colmena muda en la que retumban los pasos sordos del fotógrafo que se adentra, Risco arriba.

Aborda Aldai con fuerza el tránsito que Oramas no pudo emprender. Eran los riscos para aquel un laberinto del que solo podía delinear sus muros exteriores. Un espacio contenido en el silencio del mediodía. Una segunda piel humana, sobrepuesta al risco y al callao. Allá, bajo el plomo del cielo sin perdones ni memorias. Son los riscos para el barbero un lugar lejano en el que-sabe- la vida continuará al día siguiente de su partida. Un icono de la vanguardia isleña de la Segunda República. Una imagen sobre la que Aldai ya trabajó en sus “Riscos Inventados” (2000) una composición de ocho piezas en cibachrome que se conserva en el CAAM. Un icono de la cultura de los noventa.

Aborda Aldai con fuerza el tránsito que Oramas no pudo acometer y callejear por los riscos con el paso seguro de quién ha aprendido a caminar sobre las aguas frías del miedo. Por entre la maresía que, de madrugada a madrugada va lavando los colores de los muros que acotan las cuatro esquinas de la isla. De ahí esos colores que levantan texturas, allá cemento, acá hormigón. Una plancha de metal. Un trozo de madera. La esencia de un espacio desnudado. Espacio que se construye a partir de distorsiones. transformando bloques y pigmentos en imágenes culturalmente significantes. Devolviendo idea a la materia.

Asciende Aldai por este camino de sabiduría abierto. Dejando tras de sí, como Teseo, un leve hilo para todo aquél que quiera adentrarse con él por entre la luz y las tinieblas. Belleza, fuerza, sabiduría.

Conocedor de que el tiempo que le queda a la figura para reintegrarse en el fondo es cada vez más precioso.

Frank González

Crítico, historiador y conservador de arte

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